Queridos niños:
Me alegra mucho escribirles a pesar de que estoy lejos,
en otro tiempo y otra época.
Quiero contarles algo de mi vida. Yo siempre sentí que
Dios me amaba mucho; sentía que Él me había mandado a este mundo para hacer
algo muy importante. Nací en un pueblo de España llamado Azpeitia. En mis
primeros años de vida fui un niño muy curioso y con ganas de aprender muchas
cosas; tenía una linda familia y muchos hermanos y hermanas; tenía grandes sueños
y quería ser el mejor: el mejor soldado y triunfar en la vida. Al comienzo
quise lograr muchas metas, pero sin querer que Dios me ayudara. Quería triunfar,
pero no invitaba a Dios a mis triunfos, ni le daba las gracias por ellos; no
pensaba en Dios. Cuando crecí llegué a ser un gran soldado y un día me tocó
defender el castillo de Pamplona en España. Recuerdo que fue una batalla muy
dura y peleamos muchas horas; los enemigos eran más que nosotros, muchos más; y
durante la batalla, una bala de cañón golpeó mi pierna rompiéndola en varios
pedazos: fue muy doloroso; perdimos la batalla y nuestros enemigos me
perdonaron la vida; me llevaron a la casa de mi hermano y allí me operaron la
pierna. Estuve mucho tiempo incapacitado, recuperándome en la cama; y allí,
como no había libros de caballería y de grandes ejércitos y batallas, me dieron
unos libros para que los leyera y pasara el tiempo entretenido y no me
aburriera: un libro de Jesús y otro
libro de la vida de los santos que han amado y seguido a Jesús; y mientras leía,
algo maravilloso pasó en mi corazón; cada día mi corazón se fue enamorando más
y más de Jesús, de Dios. Recuerdan que les conté que no pensaba en Dios, ahora,
después de lo que pasó, ya pensaba mucho en Él.
Me imagino que ustedes quieren ser grandes y buenas personas;
¿qué quieren ser cuando sean grandes? Ustedes tienen muchos sueños y quieren
lograr muchas cosas en la vida, pero para eso, hay que prepararse, estudiar y
ser muy juiciosos; esfuércense mucho para lograr sus sueños; pero yo los invito
a que lo que quieran ser y hacer sea con la ayuda de Jesús; piensen mucho en
Dios, hablen con Él. Él los acompaña y los quiere ayudar a cumplir sus sueños,
y mucho más si ustedes quieren ser como Él: amorosos, solidarios y buenos. Al
final de cada día, en la noche, hagan lo que yo hacía: recordaba y revisaba mis
comportamientos durante todo el día: miraba lo bueno y lo malo, agradecía todo
a Dios, le pedía perdón por mis errores y le prometía algo para el siguiente
día y trataba de cumplirlo. Eso se llama examen del día o como lo llaman ahora,
pausa ignaciana.
Bueno niños, cuídense mucho; no se dejen desanimar en su
vida y sean constantes: no se rindan; sigan para adelante con muchas ganas de
amar y servir. Yo sé que ustedes en este colegio aprenden muchas cosas nuevas,
pero lo más importante es que aprendan a ser mejores seres humanos, que vivan
para servir, para amar, para ayudar a los demás; porque el mundo necesita de
personas de buen corazón. Ustedes saben que Jesús ama a los niños y los cuida;
¡ánimo!, llenen ese morral que cargan todos los días y su corazón, de amor, alegría,
servicio, para que cuando crezcan, lleguen a ser las personas más maravillosas y
amorosas del mundo.
Me dio mucha alegría escribirles. Aunque parece que
estoy lejos, siempre estoy con ustedes, los acompaño y les ayudo a que logren
sus metas y propósitos para la mayor gloria de Dios y que Él se sienta muy
orgulloso de ustedes. Chao niños, algún día nos veremos y nos encontraremos al
lado de Jesús. Dios los bendiga. Y recuerden siempre, amar y servir en todo lo
que hagan.
Con mucho amor,